El 16 de marzo se recuerda la
Beatificación de José Gabriel del Rosario Brochero.
Un cura con nombre de trabajador, de ángel y
de rezo. Un luchador armado de plegarias que no se “achicó” ante la montaña ni ante la soberbia, ni ante
la adversidad. Y que entendió que las almas debían salvarse, pero los cuerpos
también.
La heroicidad, la fe y la paradoja marcaron una vida intensa como pocas.
Generosa como pocas. El cansancio en él era un intento. La voluntad su mayor
capital. Quienes fueron elegidos por él, y lo eligieron, constituyeron parte
esencial de su vida y de su obra. Los transerranos del siglo XIX, en la ladera
oeste de las sierras grandes de Córdoba, fueron el rebaño que encontró a su
pastor, y que una vez que lo reconoció lo siguió y lo cuidó hasta su muerte.
Después continuó protegiendo su legado y lo que siempre consideró su santidad.
Es así: a casi un siglo de su muerte, llega la Beatificación del Curo
Brochero. Pero para su gente, aquella que aún hoy se representa en él, siempre
fue un santo, aunque su imagen no llegara a los altares. Por eso, “el Santo de
los Pobres”, porque los pequeños altares familiares, plenos de rezo y devoción,
estuvieron este último siglo entre las viviendas y los corazones más humildes
del valle y las sierras.
Miguel Ángel Ortiz.